La cárcel está ubicada dentro de un gigantesco peñón que fue horadado por los propios indígenas durante años. Tiene una sola entrada vigilada por un muro y una torre donde se sentaba el guardia principal. En el interior hay varias celdas oscuras, húmedas y malolientes donde los presos eran encerrados sin piedad.
Antes de entrar a la cárcel, los indígenas eran sometidos a un juicio en un tribunal situado en la parte posterior del peñón, a 18 metros del suelo. Allí los corregidores de las minas y los religiosos decidían el destino de los acusados, que podía ser la muerte por tortura o el encierro perpetuo. Muchos morían de frío, hambre o enfermedad en las mazmorras.
La cárcel tiene grabado en su frontis la balanza de la justicia, una ironía cruel para los que sufrieron sus horrores. En tiempos prehispánicos, el peñón era una huaca o adoratorio donde se veneraba al Sol, la Luna y las estrellas. Los incas lo consideraban un santuario sagrado donde se realizaban ceremonias dirigidas por los sacerdotes.
La cárcel siguió funcionando en la época republicana, pero con otros motivos como abigeato, adulterio o desacato a la autoridad. En 1928 fue prohibido su uso por las condiciones infrahumanas que ofrecía. Hoy en día es un atractivo turístico que muestra una parte oscura de la historia colonial.
Q’aq’a Cárcel es un patrimonio cultural que nos recuerda el sufrimiento y la resistencia de los indígenas frente a la opresión española. Su visita nos invita a reflexionar sobre el valor de la libertad y el respeto a los derechos humanos.
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