Pasado ya un par de años nada cambia en torno a esta suntuosa ciudad portuaria, las olas en mis pies parecen repetir una, otra y otra vez las mismas promesas de hace años atrás; las calles se adornan con aves, el aire se perfuma con brisa marina; aún así de extremo a extremo le falta ese raro matiz de ensueño que busco; aunque sinceramente, inerte en el mástil de la derrota, me dije una tarde:
“No hay ciudad en este mundo que cumpla a cabalidad con un mínimo de habitabilidad, una ciudad tan capaz que con su sutileza envuelva a mis sentidos y la acunen”.
En fin, a cada paso que dan, la gente de aquí tan ensimismados en sus asuntos demasiado cotidianos, no se percatan casi de nada, por no decir de nada; pero el sol, ese objeto extraño y lejano hoy no asomó ni por curiosidad, lo cual me causó gran sorpresa, será por está época de invierno pienso, mientras trepado en un mirador, en lo alto de su cumbre un frío helado se filtra en mis venas lavándome de malos presagios, de la punta de los pies hasta la cabeza, todo sano, estoy listo para volver…
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